Y te sientas.
Después de recorrer las rocas, te sientas, colgando tus pies en el abismo de los pensamientos. Con la mirada fija en ese inalcanzable horizonte, a veces eufórica e ilusionada de nadar hacia él, a veces cansada de hacerlo. Porque por mucho que nades, él sigue ahí, inmóvil y lejano. ¡Puñetero!
Millones de partículas diminutas de esa brisa marina impregnan y refrescan tus pulmones, tus bronquios. Reconforta, y mucho.
Sin embargo esa maldita roca donde aposentas el culo podría ser algo más cómoda. Pero desde que naciste sabes que las rocas no salen con cojines, igual que la vida no es un camino de rosas.
Qué bien estás aquí, a solas, y al mismo tiempo con todo. Absorta en miles de pensamientos y a la vez con ninguno.
Hasta que descubres que no es cuestión de nadar, sino de volar, y abres las alas, esperando a la próxima gaviota para emprender el vuelo. Y a la próxima, y a la próxima. Pero sigues ahí sentada. Absorta. Pensando en él.
Pero sabemos que el pensamiento de él, en algún momento se diluye en la inmensidad.
ResponderEliminarPero en esa immensidad...perdura...
ResponderEliminarUn fuertísimo abrazo querido amigo. Se le quiere muchísimo por aquí :)