Tres recuerdos me dejas grabados a fuego en mi alma.
El primero, tu jardín. Siempre repleto de flores, y tus gritos cuando recibían alguno de nuestros pelotazos. Cómo querías a esas flores, ¡cuánto! y cómo odiaba yo esos pinchazos de los rosales. Una a una, mientras me regañabas, me ibas quitando las espinas de esos nombrosos rosales de tu jardín. Es lo que tenía jugar en tu jardín, el juego solía acabar de tres maneras, con tus gritos al destrozar tus plantas, con la pelota rebentada por los rosales o yo encima de alguno de ellos al ir a recogerla. Pero ¡qué infancia más feliz! y cómo me gustaba ayudarte en verano a regar esas flores con la manguera. La reina de todas, la gran azalea.
El viejo armario de detrás de la puerta de la cocina, dónde siempre guardabas esas galletas y esos retales de papel que usaba con mi hermano y mis primas para dibujar por la tarde. Ayer, mientras tu cuerpo todavía permanecía immóbil y ya sin aliento en tu cama, me quedé un buen rato mirándolo. Cómo es posible que un viejo armario sea capaz de despertar tantos recuerdos y tantas sensaciones.
Y siempre recordaré esos "Gaia, ¿nos hacemos un chocolate?". Cómo disfrutábamos remojando aquellas galletas en aquel chocolate espeso y con grumos que siempre te salía. Pero ¡qué rico estaba siempre! Adoras, bueno, adorabas, el chocolate. Sin lugar a dudas, me transmitiste esa pasión por una buena taza.
Todavía me cuesta hablarte en pasado mientras ahora, ya en casa, observo sentada en el césped, la única herencia tuya que he reclamado y que ahora se encuentra plantada en mi jardín. La cuidaré y regaré, y seguro que recibirá más de un pelotazo, esta vez de mis hijos.
Tus alas hacía ya tiempo que estaban preparadas para volar, y mi corazón hacía ya tiempo que se preparaba para la despedida, una despedida que hoy, acompañándote ya en tu lecho de muerte, y recordando tantas y tantas cosas, ya no me parece tan amarga, porque sembraste, regaste y cuidaste tu jardín y de él brotaron grandes cosas, y con ellas me quedo. Te despido con tristeza, pero a la vez con muy buenos pensamientos y en calma. Hace ya tiempo que querías partir, pero tu cuerpo se resistía, pero al fin has podido volar y descansar.
Sabes que nunca he sido de palabras cariñosas, ni tú tampoco, porque siempre hemos creído que el amor no se mide por tequieros sinó por las miradas, los actos y las sensaciones.
Estarás siempre en cada flor de mi jardín. Te quiere, tu nieta, la de las piernas marcadas por los rosales, la que adora el chocolate a la taza.
Puedes llorar porque se ha ido,
o puedes sonreír porque ha vivido.
Puedes cerrar los ojos
y rezar para que vuelva,
o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado;
tu corazón puede estar vacío
porque no lo puedes ver,
o puede estar lleno del amor
que compartiste.
Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda,
o puedes hacer lo que a ella le gustaría:
Sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.
(Poema tradicional escocés)