Parece curioso ver como lo que antes me acojonaba, ahora me cabrea.
Cuando éramos jóvenes, cualquier obstáculo, por pequeño incluso que fuese, nos acojonaba, la pendiente se nos hacía demasiado cuesta arriba, aún poseyendo la juventud y su fuerza. Será por eso que siempre necesitábamos vivir en manada, al lado de otros que nos ayudasen a llevar la carga, a reafirmar cada una de nuestras decisiones, o incluso que las tomaran por nosotros. Divina juventud, tan valientes por fuera y tan vulnerables por dentro.
Esos mismos obstáculos, cuando años después, con algo más de arrugas y con las experiencias y vivencias de muchas suelas gastadas, la vida te los vuelve a colocar delante, te saben a poco, sólo te hacen cosquillas.
La vida me ha vestido con armadura y espada, cada vez más gruesa, cada vez más fuerte, no para hacer daño, sinó para parar los golpes y ganar las batallas que otros se empeñan en ponerme sobre el tablero, con la sabiduría de los años y el amor que proceso ante todo aquello que estimo.
Hay dos tipos de personas, las que nacen y mueren acojonadas y las que acaban luchando contra viento y marea.
Lo que antes podía acojonarme, ahora me cabrea, y no doy un paso atrás si no es para dar después dos hacia delante.
Cabréate, eso te ayudará a superarlo y a superarte.