8 de diciembre de 2020

Yaya

 

 

Toda una vida llenándonos de grandiosos recuerdos para que al final te despidas de aquella horrible manera, sola y sin recordar a ninguno de nosotros. Sin reconocer mis manos, mi mirada, mis palabras... 
 
Toda una vida regalándome tu esfuerzo, tus sonrisas, y tantos y tantos momentos...para luego olvidarme y no poder ni siquiera acompañarte en tus últimos instantes por culpa de un virus. 
 
Esos dos últimos meses en la residencia, dónde por culpa del virus, no pude ir a verte, ni ir a jugar esas partidas caóticas del domino, ni acompañarte durante la cena, ni vestir a esa muñeca que con tanto amor abrazabas. Me daba igual que ya no me reconocieras, ni que te comportaras como una niña, ni que te volvieras cada vez más agresiva, tenía suficiente con ir a visitarte durante esos ratos. Cuando me cogías la mano era la mujer más feliz del mundo y me hacías temblar las piernas y el corazón. Me has regalado muchos momentos de los que nunca se olvidan. Bueno, sí, se pueden olvidar, cómo nos enseñó a base de golpes tu enfermedad.
 
Dos meses que nos mantuvieron separadas para después tener que despedirte de cualquier manera en el maletero del coche fúnebre, en el párking del cementerio. Sí, sé que aquel día pensaron que era una loca, pero no podía dejarte ir al cementerio y enterrarte sin verte por última vez. Me puse delante del coche fúnebre para que parara y no paré hasta que bajaron de él y me abrieron el dichoso maletero y tu caja fúnebre. Ya sabes lo cabezota que soy. Pero es que ¡no es humano no poder despedirse! y ni un virus ni nada me podía impedir darte el último abrazo.... y no tengo suficientes palabras para describir ese abrazo...
No hay derecho, gritaba. No hay derecho, gritaba. El alma se me partió esos días. Pero tú fuiste una mujer muy fuerte, un referente para mi. Y me niego a recordarte únicamente en tu final, me quedo con todo el camino. Me quedo con tu legado.
 
Todavía se me saltan las lágrimas al pensar en aquellos últimos momentos, pero se me engrandece el corazón al recordar que tuve la mejor abuela del mundo.
 
Y tu nieto...tu nieto te procesaba un amor enorme. Todavía llora cuando hablo de ti. Necesita su proceso. Te conoció ya con la enfermedad. Pero jugabáis como niños, pues tú ya eras niña cuando le conociste. Él también guarda grandísimos recuerdos contigo, y no podemos dejar de llorar cuando los recordamos a través de los vídeos. 
 
Para mi abuela. Para la yaya petita.

 

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