Uno de esos sueños recurrentes que de tanto en tanto me visitan en la oscuridad de mi habitación:
Salgo muy lenta, pausada y tristemente de una cueva donde me he cobijado durante una noche oscura y de tormenta. Vestida con una túnica negra con capucha que sólo deja entrever mi pálida cara bajo la sombra.
Y voy caminando por la montaña pedregosa, bajando hacia el valle. Siento el olor a tierra mojada y las mojadas plantas van empapando mi túnica y mis descalzos pies. No hay sonidos, no hay pájaros, no hay viento...
Miro a todo mi alrededor con tristeza, con lágrimas en los ojos. Mis lágrimas se mezclan con el terreno mojado de mi alrededor. Poco a poco mi tristeza se va convirtiendo en rabia. Aprieto fuertemente los puños y sigo bajando hacia el valle por el terreno rocoso. Rabia, más Rabia... Mis lágrimas van deslizándose por mis mejillas hasta caer una a una, gota a gota, a cada uno de mis apretados puños. Sigo caminando, no miro atrás, sólo hacia adelante. Sigo atraída hacia el valle, como hechizada, y sigo descendiendo.
Huelo a vacío y el instinto me grita a escondidas que tendré que recorrer un camino repleto de soledad.
Todo permanece inmóvil, excepto yo y una espesa bruma acunada en la falda de las montañas que deja entrever a lo lejos un fantasmagórico pueblo. Por unos instantes pienso en la posibilidad de volver atrás, hacia la cueva que me ha cobijado durante todo este tiempo. Pero de nuevo mi instinto me grita a escondidas, esta vez para indicarme que ahí abajo está mi futuro, mi destino; ese es mi camino.
Cuando quedan ya pocos metros para llegar al pie de la montaña mi cuerpo desaparece entre la bruma, cual cucharada de azúcar se disuelve en un vaso de leche. Me encuentro sola, fría y desorientada. Apática y sin ningún tipo de sentimiento, a excepción de la Tristeza que tengo al sentir esa Rabia y esa Rabia que me corroe al sentir que la Tristeza me va ganando la batalla.
A tientas al fin llego a la entrada del pueblo, un pueblo abandonado, de gritos y risas acalladas, inhóspito, despoblado y frío como ahora lo estoy yo. De casas de madera carcomidas, lúgubres, tenebrosas y destrozadas; con enredaderas secas colgando por todos los rincones y calles, plaza y fuentes solitarias.
A la entrada del pueblo hay unas escaleras de piedra que llevan hacía la parte más baja, con un enorme umbral de piedra en forma de arco. Al pasar por debajo de golpe siento algo, un golpe seco me sacude. Algo que inquieta y desplaza esa soledad, ese frío, esa Nada que me ha acompañado estas últimas horas, estos últimos días... y un cosquilleo empieza a brotar en la boca de mi estómago recordándome que no siempre todo fue así y que estoy vida, que sigo viva, para luego expandirse esta nueva sensación hacia todos los extremos, todos los rincones de mi cuerpo y de mi ser. Estás aquí. No sé qué o quién eres. Pero te intuyo y sé que estás aquí. Te encontré.
Y una leve sonrisa empieza a dibujarse en mi cara..................y me despierto.
Sin ni siquiera él saberlo, David (Reysagrado en blogger), un gran amigo, puso un día banda sonora a este sueño que de tanto en tanto me visita en la oscuridad de mi habitación:
A la entrada del pueblo hay unas escaleras de piedra que llevan hacía la parte más baja, con un enorme umbral de piedra en forma de arco. Al pasar por debajo de golpe siento algo, un golpe seco me sacude. Algo que inquieta y desplaza esa soledad, ese frío, esa Nada que me ha acompañado estas últimas horas, estos últimos días... y un cosquilleo empieza a brotar en la boca de mi estómago recordándome que no siempre todo fue así y que estoy vida, que sigo viva, para luego expandirse esta nueva sensación hacia todos los extremos, todos los rincones de mi cuerpo y de mi ser. Estás aquí. No sé qué o quién eres. Pero te intuyo y sé que estás aquí. Te encontré.
Y una leve sonrisa empieza a dibujarse en mi cara..................y me despierto.
Sin ni siquiera él saberlo, David (Reysagrado en blogger), un gran amigo, puso un día banda sonora a este sueño que de tanto en tanto me visita en la oscuridad de mi habitación: