Aprendo de sus miradas no contaminadas, de los colores en los que enfocan la vida.
Aprendo de sus cabecitas en ebullición, de esas cabecitas tan creativas.
A veces me explican cosas que yo no veo o me ofrecen la mirada desde un punto de vista diferente.
Me muestran que no siempre hay una única explicación a todo.
Qué gran riqueza te aporta la infancia y qué gran interés muestran en todo aquello que les rodea. No fijan la mirada sólo en un punto, al frente y hacia delante, sino en todo su alrededor, arriba, abajo, derecha, izquierda y a dentro.
Muchas veces no tengo respuestas a sus preguntas, sólo los que tenéis la gracia de tener niños a vuestro lado descubriréis que pueden hacerte hasta la pregunta más inverosímil. Pero lo importante no es tener las respuestas sino planteártelas, y ellos hacen que te las plantees, contínuamente.
Otras veces son ellos los que responden a mis dudas, con su sencillez y su mente no contaminada.
Sus ganas por conocer, por saber, por aprender, me impulsan también a mí como si fueran una palanca en mi vida. Son mi catapulta.
No tengo ni idea de lo que nos deparará el futuro, pero estoy orgullosa y feliz de acompañarlos en toda esa riqueza que les (nos) aporta la infancia.
¿He dicho que aprendo? No. Me recuerdan lo que ya conocía, lo que ya vivía, y que un día olvidé.
Gracias por enseñarme a recordar y a reiniciar.
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