En un mundo donde cada vez está más de moda aquello del autoconocimiento, es fácil caer en la trampa de pensar que la introspección es la única vía para descubrir quién somos realmente.
Pero siempre he creído que el verdadero autoconocimiento no se consigue solo mirando para adentro, sino que también es esencial entender y conectar con el entorno y las personas que nos rodean.
Porque a medida que interactuamos con nuestro entorno, experimentamos emociones, pensamientos y reacciones que nos ayudan a entender nuestros valores, intereses y miedos. Esta interacción constante con el mundo exterior es una fuente inestimable de descubrimiento personal.
Por ejemplo, la conexión que puedes sentir al observar la naturaleza durante una excursión a la montaña te puede hacer cuestionar tu lugar en el mundo y tu relación con el medio ambiente.
Las relaciones con las personas también juegan un papel crucial en nuestro autoconocimiento. A través de ellas, aprendemos sobre nuestras fortalezas, debilidades y la manera en que nos relacionamos con los otros. Cada interacción es una oportunidad para ¡reflexionar y crecer!.
Siempre he creído que limitarnos únicamente a la introspección puede llevarnos a tener una visión parcial, limitada e incompleta de nuestra identidad. Y que es precisamente en la intersección de nuestro mundo interno y externo donde encontramos la verdadera comprensión de quién somos. La introspección es importante, pero es al mirar hacia fuera y conectar con nuestro entorno que realmente conseguimos una comprensión integral y enriquecedora de nosotros mismos.
Conocer lo que nos rodea y las personas que nos rodean nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos. No nos cerremos solo en nuestro mundo interior. Abramos la mirada hacia el mundo exterior, porque es en esta conexión donde encontraremos la verdadera esencia de quién somos.
¿De dentro hacia afuera? y por qué no, ¿de fuera hacia dentro?
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