De verdad, ¿quieres ayudarme? Me preguntas, ¿qué puedes hacer para ayudarme?
Para empezar, ¿te has preocupado primero en saber qué me pasa?
Tengo sentimientos, sueños y metas, como cualquier otra persona.
Si me pellizcas, me duele.
Si me pinchas, sangro.
Si me haces cosquillas, río.
Y también río, cuando por dentro lloro.
Necesito que sepas que es lo que me pasa. Si me quieres ayudar, necesito que me comprendas.
Cuando reconoces lo que hago, me ayudas. Cuando buscas sólo mis errores, me frustas.
Si quieres ayudarme, castígame poco, sólo cuando haga falta.
No necesito alas, solo necesito que me ayudes a desplegar las mías. ¡Quiero volar!
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Hay un ejercicio que me gusta mucho hacer. Ponerme en el lugar de mis hijos. Y hoy lo he vuelto a hacer y como resultado aquí os dejo esta carta, con palabras que creo que todo hijo no para de transmitirnos constantemente a través de sus acciones, de sus gestos, de sus rabietas, de sus lloros...
Porque siempre hay que saber ponerse en la piel de los demás para ayudar y para entenderse. Y hay que escuchar y saber escuchar. A niños, y a mayores.
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