15 de diciembre de 2023

Recuerdos

 


Salida de la escuela. De camino a casa, con el avi Francisco y mi hermano, nos deteníamos en aquel pino tan grande a recoger un puñado de piñones para aplastar con una piedra que teníamos guardada en el jardín para esas ocasiones. Todavía recuerdo aquel gusto tan delicioso, y también el gusto amargo de aquellos que ya estaban pasados. 


Después, un rato de deberes. Cada tarde, puntuales, ya les veía llegar, uno a uno, a través de la ventana del comedor de mis abuelos. Primero Juan, el Manco, cargado con aquella bolsa de piel llena de bolas de petanca. Siempre era el más puntual. Después iba apareciendo Luís, su hijo, un año más pequeño que yo. Juan empezaba el ritual de limpiar una a una cada bola plateada, con aquel trapo amarillo con rallas marrones que siempre estaba tan limpio e impecable. Todavía venden esos trapos, pero ya no se estilan.


Más tarde, y sin prisa, a paso calmado, salía mi abuelo Francisco, cargando su bolsa de cuero de petanca, la negra. Y así, uno a uno, se iban incorporando los demás mientras yo me afañaba en acabar rápido los deberes y los estudios para no llegar tarde a la cita de la petanca. 


Recuerdo también al Sevillano, un personaje redondito y bajito, que lanzaba las bolas con una precisión milimétrica y una fuerza descomunal. Patapaaam. Todavía recuerdo aquel intenso sonido de sus bolas chocando contra las de sus adversarios haciéndolas saltar lejos del terreno de juego. Con él hacía un buen equipo, yo era precisa en la puntería, él en hacer salir disparadas las bolas de los contrincantes.
Y así pasábamos las tardes. Un puñado de ancianos y dos niños de corta edad, Luís y yo. Dos generaciones unidas por un juego: la petanca. En el campo de piedras. En aquella época todavía no se estilaban los campos de petanca y cualquier campo abandonado se convertía en pista.
Entonces no eran ni las videoconsolas, ni las tablets, pues ni existían, sino aquellos juegos de calle, como la petanca. Adoraba, amaba a todos esos abuelos. ¡Cómo les recuerdo! ¡Cómo se me salen las lágrimas al recordarlos, combinación de tristeza y de alegría al mismo tiempo! ¡Cómo les echo de menos! Aquellas tardes de petanca, en el campo de piedras... con ellos, con mi avi.

 

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