Durante mi camino he conocido a gente que no necesita motivos para vivir, que el simple hecho de vivir ya les es un buen motivo, y otros que necesitan desgracias para hacerlo, es la única manera que les salte esa chispa que les hace despertar. Pero los hay de muchas otras maneras. Pero es que, al fin y al cabo, ¿qué es vivir? tantas personas, tantas maneras de hacerlo.
El fuego. Hay personas que te queman y otras que te iluminan toda la noche. Personas que con su vela bajan esas escaleras de caracol hacia tus profundidades para llevarte la luz.
La vida pasa. Pasa. Y sigue pasando, sin freno. La vida es quedarte un instante mirando un momento, parpadear y viajar a otro momento.
En mi Yo hay miles de Yo. Algunos de ellos los ves, otros los recuerdas y otros tanto los ignoras.
Los silencios también hablan, y con el tacto también se dicen cosas. Un abrazo, un beso, una caricia. Los silencios y las manos también tienen voz, escúchalos.
Habrás capas que jamás tú me podrás traspasar, pero que igual otra persona sí. Hay profundidades dónde alguien, con solo mirarnos llegará. Otros que ni con pico y pala jamás lo conseguirán.
En esta vida hay personas que no conoces pero que necesitas, y personas que conoces y no necesitas.
Dicen que no está bien ni es sano aferrarse a nada, ni a los silencios, ni a los motivos, ni a los momentos, ni a los recuerdos, ni a las caricias, ni a los besos, ni a las personas... pero ¿qué difícil es poder hacerlo? ¿a caso es posible hacerlo en su totalidad? ¿a caso es posible hacerlo en Vida?
Reflexiones aleatorias de una lluviosa mañana de invierno que a lo mejor algún día conseguiré dar sentido. O, a lo mejor no, porque como decía Dostoievski, tendríamos que amar más la vida que el sentido de la vida.
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