Las primeras veces que frecuentas la soledad te puede producir verdadero vértigo, porque se nos caen las máscaras, los tópicos, los prejuicios que cada uno de nosotros nos hemos construido a nosotros mismos. En ese momento, en la intempérie, te sientes desnuda y vulnerable, dejas de saber qué eres y una fuerza te empuja a indagar quién se esconde detrás del personaje que decidiste ser. Supongo que por eso dicen que no podemos llegar a ser nosotros mismos sino nos entrenamos a frecuentar la soledad.
A veces la soledad es liberación, deshinibición, mientras otras veces es condena, impotencia o maldición.
A veces me pregunto si, en este mundo, la soledad es el precio que debemos pagar para ser nosotros mismos porque, por mucho que buscas e intentas, pocas veces logras desnudarte en compañía.
Sentirse sola no es lo mismo que estar sola. A veces me puedo sentir sola pero no lo estoy. ¡Cuántas veces la soledad es más densa y llena que ciertas compañías!
A veces, estando sola no me siento sola.
Y otras veces, sin saberlo, estoy sola.
Pero al final, siempre llego a la misma conclusión: nada de excesos. Tampoco de soledad. Existe una ley en la que creo, la ley del péndulo, que también se aplicaría entre la soledad y la compañía. Ese vaivén entre la vida pública y privada, entre la compañía y la soledad. Clave, como mínimo, para mi equilibrio mental y emocional. Buscar la soledad para vivir más a fondo la compañía de los demás, para después regresar a la soledad para meditar sobre la compañía.
Sea lo que sea, hay una cosa segura, el vivir en soledad o en compañía es también el elegir en este mundo con quién y cómo relacionarse. Y eso no es tarea fácil si se quiere un resultado aceptable.
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